EINSTEIN Y LA FELICIDAD.

        Algunos creyentes en las filosofías de corte optimista -como la de Hegel- , que se recrean en  un mundo futuro poblado por gentes sabias ,  bellas y felices, sufren de pronto una especie de punzada del remordimiento, al pensar en los sufrimientos que ha experimentado la humanidad durante  miles de años,  para hacer factible  ese final idílico de la historia, que, sin embargo,  los desaparecidos previamente de este mundo no podrían nunca disfrutar.  Es normal, por otra parte,  que sientan lo injusto de un agravio comparativo basado simplemente en un dato temporal -y aleatorio-como es la fecha de nacimiento. Sin duda por reflexiones como esta nacieron  conceptos como Juicio Final, Paraíso e Infierno, que debían servir para reparar pasadas injusticias y hacer del nuestro un mundo más decente.  Pero ¿existe realmente tal injusticia intergeneracional ? . Sufrimiento comparado entre humanos y animales. Para intentar contestar esta pregunta , empezaremos por decir algo que puede sorprender a primera vista , y es que el mundo parece, en nuestra opinión, diseñado de acuerdo a un principio de justicia igualitario, -a nivel de especies, no de individuos- a pesar de que el alto grado de crueldad ambiente hiciera exclamar en su día al agnóstico Bertrand Russell que nuestro mundo debía entenderse –clementemente- como una consecuencia  de la confusión y el accidente,  porque si pensáramos que era el resultado de un propósito deliberado, habríamos de concluir que debía haber sido el propósito de un demonio. Este principio de justicia que el filósofo inglés  no termina, pues, de ver por ningún lado,  se puede observar , no obstante,  entre humanos y animales. Estos últimos son aparentemente la parte perdedora en la comparativa, porque su progreso como especie no depende de la razón –como en los humanos- sino que está sujeto a las lentas leyes darwinianas , la cuales parecen estancadas desde tiempo inmemorial. Debido a este distinto desarrollo evolutivo , los animales sufren una carencia que, más que una tara, supone una ventaja para ellos : al no poseer conciencia –en el sentido reflexivo del término- sólo pueden sentir los dolores del presente, evitándose el padecimiento pasado en retrospectiva y el futuro en perspectiva. Porque , a la postre,  el poso   que queda en el sistema nervioso de los animales es poca cosa fuera del tiempo presente y reside–ante determinados señales captadas por sus sentidos- en la intuición del dolor  o de la satisfacción  en el corto plazo. Esto sirve, en primer lugar, de  estímulo para la autoconservación de las especies mientras que a los humanos les ayuda en el adiestramiento animal, en base a un régimen de premios y castigos. Este radical carpe diem , supone, repetimos,  una bendición para toda especie animal,   pues aunque su sufrimiento existencial sea, objetivamente,  mayor que el humano , el hecho de que no tengan conciencia de su dolor más allá del propio suceso doloroso en sí, tiende a reducir el nivel global de padecimiento , aproximándolo al de los humanos. Las personas –por el hecho de tener conciencia- experimentan por el contrario la trilogía del sufrimientoalgo que está vedado a los animales; a saber:  sucesos dolorosos del pasado,  que se unen a los problemas presentes, y que,  proyectados conjunta y mórbidamente hacia el futuro, nos obligan a vivir “con el paraguas permanentemente abierto”, lo cual resulta doloroso y agotador.    ¿La felicidad es equivalente a la ausencia de dolor ? La idea de una justicia natural (no confundir con laLey Natural del Derecho) que se observa a partir de la comparativa humanos-animales,  nos induce también a indagar si el nivel de felicidad medio de los individuos sea equiparable en todas las razas y en cualquier época histórica . Si pensamos, por ejemplo ,  que las comodidades presentes de la vida debieran ser causa de una menor infelicidad para los actuales supervivientes , y que, por el contrario, nuestros ancestros sufrieron una penalización en su nivel de satisfacción vital, fruto de su atraso tecnológico, estaríamos incurriendo en un error de perspectiva típico del etnocentrismo . En efecto, porque la reducción o  ausencia de dolor –que es lo que intenta solventar la ciencia y la tecnología- no equivalen a “felicidad” en sentido estricto. Nuestra hipótesis reside en que felicidad e infelicidad son las dos caras de una misma moneda y tienen la virtud de los vasos comunicantes  : sus efectos positivos y negativos tienden a compensarse, aunque en este caso no en  cantidad sino en calidad, es decir en el nivel de intensidad de emociones y  sentimientos .  Con todo esto queremos significar que aunque la infelicidad en épocas pasadas –históricas y prehistóricas-  reinaba , sin duda, más tiempo que la felicidad, debido a las pésimas condiciones de vida de esas épocas atrasadas, la mayor intensidad de lo momentos felices compensaba la superior duración de las etapas infelices. (Una comida cada 3 días sabe mejor que la comida diaria, aunque produzca dos días de hambre). Así pues, “el mejor de los mundos posibles” en palabras del gran pensador Leibniz, que es el mundo nuestro actual, debe responder al principio de justicia igualitaria para ser considerado un mundo creíble,  y este no podría “asumir”, sin caer en contradicción, que las vidas de hace dos o  tres mil años fueran menos valiosas (o más infelices)  que una vida en los civilizados tiempos modernos. La existencia antigua era –eso sí- más intensa que la actual : felicidad e infelicidad estaban amplificados por adaptación obligada a una más corta esperanza de vida, de un modo que, lamentablemente,  hoy podemos intuir, pero no alcanzamos a comprender del todo. El hecho , por ejemplo, de que la Naturaleza otorgue la “mayoría de edad” a menores de 14 años en función de su adquirida capacidad reproductiva, mientras las sociedades evolucionadas lo postergaban legalmente  -desde hace poco- , hasta los 18/21 años , pone de manifiesto la evolución del mundo hacia una dilatación de los procesos existenciales,  paralela a una mayor duración de la vida de las personas.   Por eso nos parece lícito pensar que la resultante final del balance felicidad-infelicidad de los tiempos pasados , no sería muy distinta del actual.    El verdadero objetivo del progreso científico / técnico Una reflexión somera sobre todo esto,  nos ayuda a confirmar que la ausencia de malestar no equivale a felicidad pues la carencia de dolor físico o emocional , asociada al sentimiento de falta de alegría , a menudo produce la anomia, es decir el aburrimiento y/o la náusea. Contrariamente, se puede ser feliz soportando al mismo tiempo un intenso dolor, como demuestra el caso -extremo- de santos y místicos. El ánimo personal  pasa, pues, por  cuatro  estadios diferentes,  combinables binomialmente entre sí, según las circunstancias  : felicidad-ausencia de dolor-infelicidad-sufrimiento, en una escala que va de los más deseado (felicidad) a lo más rechazable (sufrimiento) o , si lo llevamos al nivel antitético,  (felicidad+ausencia de dolor) como oposición extrema a (infelicidad+sufrimiento).   Dicho esto, a todo humano del pasado le habría gustado vivir en los civilizados tiempos presentes, porque al final el destierro del sufrimiento parece uno de los grandes objetivos de la humanidad ( si no el principal) y los humanos de hoy sufren menos, objetivamente,  que los de hace 100, 500 ó 1.000 años , lo que no significa que sean  más felices que sus ancestros . Ese debe ser el sentido oculto del progreso, más que el de la consecución de la felicidad, que muchos –equivocadamente- equiparan a la ausencia de dolor.   ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor ? Una reflexión última: si asumimos por un momento que lo anterior es verdadero ¿por qué entonces la gente piensa , en general , que cualquier tiempo pasado fue mejor ? Debemos deducir que esto ocurre porque los adultos valoramos altamente la niñez y la juventud como etapas vitales carentes de problemas, pero aquí nuestra memoria nos engaña descaradamente porque no es cierto que los pocos años sean sinónimo de ingenua felicidad : a veces son felices, sí, pero en ocasiones no son tan de color de rosa , y, en cualquier caso, nunca son tan “perfectos” como los recordamos, ¿ por qué si no los niños aspiran a ser jóvenes cuanto antes y los jóvenes suspiran por ser  adultos? Está claro que para disfrutar de los “privilegios” que a los mayores le están permitidos y a ellos vetados. Se produce, pues, un juego compensatorio con origen en la conciencia : de pequeño suspiras por la felicidad futura y de mayor la memoria se hace selectiva para  atenuar todo lo malo del pasado,   conservando sólo lo bueno de niñez y juventud. (Incluso el inconsciente freudiano parece colaborar en esta tarea de “enterrar” lo peor de nuestro pasado ).De esta manera se pone de manifiesto –una vez más- el carácter relativo de la felicidad  asociado al paso del tiempoEl legado de Einstein. Immanuel Kant convirtió el tiempo y el espacio en los notarios de la realidad del mundo dentro de su lucha contra el escepticismo filosófico imperante en la época.  Después Einstein tomaría buena nota de las enseñanzas de Newton y Kant para su revolucionaria teoría sobre la relatividad del tiempo y del espacio. Como una cosa lleva a la otra  es admisible que , con la perspectiva del siglo XXI , se regrese desde la física al campo de la filosofía, la sociología y la historia  con teorías como la relatividad de la felicidad que supone el corolario al texto de más arriba y que  debe contribuir a tener una visión más clemente de nuestro propio mundo, de la que nos transmitió  Bertrand Russell el pasado siglo.  Alonso Cortés Navidad-2021

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