El enigma del auge y la decadencia de las naciones.

  Difícil en grado sumo es el aceptar la causa por la que una nación llega á ser más poderosa y se extiende en mayor escala que otra, o el por qué una misma nación progresa más en unas que en otras épocas. Sólo podemos decir que tal hecho depende de un aumento de población, del número de hombres dotados de altas facultades intelectuales y morales, como también de su nivel de perfección. La conformación corporal, descartando la correspondencia necesaria entre el vigor del cuerpo y el de la inteligencia, parece ejercer muy poca influencia.

(Charles Darwin,  El origen del hombre , pos. 1761 y ss. )

​Se ha escrito mucho sobre el auge y decadencia de civilizaciones, naciones y pueblos,  y es previsible que se siga escribiendo en el futuro, mientras queden tantas y variadas incógnitas por despejar. La historiografía , con el auxilio de la arqueología , la antropología y otras ciencias afines (incluyendo el naturalismo de Darwin) , ha mostrado tradicionalmente gran curiosidad por adentrarse en los secretos de ciertos modos de vida que evolucionaron desde el arado manual en el cultivo del campo, al caballo y la espada del conquistador o desde la rusticidad elemental a la sofisticación cultural más exigente ; y todo ello en no demasiados lustros,  mientras pueblos vecinos, de parecidas características sociodemográficas, permanecían en el atraso secular, durmiendo una especie de sueño-mórbido del cual nunca parecían querer despertar. Pero si el fenómeno del auge o crecimiento de las naciones genera curiosidad, no es nada comparado con el hecho mucho más triste y visible de la decadencia.  ¿La causa? Probablemente que     todos vivimos de cerca la decadencia física de nuestros propios cuerpos y la de nuestros seres queridos y , a partir de esa realidad lacerante, no resulta difícil extrapolar estos sentimientos e ideas a otras circunstancias de la vida que nos rodean. Como consecuencia, existen más estudios y literatura en general sobre decadencia que sobre crecimiento, aunque la cantidad de incógnitas resultantes vienen a ser parecidas en ambos casos, debido a la dificultad intrínseca del problema.

Las preguntas que genera el crecimiento de los pueblos. 

¿Los pueblos tienen que superar alguna dura prueba para tomar conciencia de su valer y emprender vuelos más altos? Esta es la teoría de filósofos como Abenjaldún e historiadores como Toynbee, quienes adjudican una importancia crucial a los medio ambientes “agresivos” en los que habitan algunos  pueblos, porque ello ayuda a endurecer su carácter y les prepara para futuras pruebas de valor y resistencia. Las temperaturas extremas de día y de noche, las malas condiciones de la tierra para la subsistencia alimentaria, la falta de agua que generan las largas sequías  o la ruina  producida por las periódicas inundaciones , los vientos huracanados, etc., todo contribuye a ir forjando la resistencia de los individuos y a prepararlos en la superación de dificultades cada vez mayores. Pero existen otras preguntas, como, por ejemplo, ¿por qué estas historias de superación no siempre acaban bien, es decir, en un proceso claro de crecimiento?

¿Es necesario el trato con otros pueblos para que las virtudes de un país se consoliden y florezcan?  Un país crece utilizando una mezcla compleja de creatividad propia e imitación ajena en la solución de sus problemas cotidianos y excepcionales. Normalmente se empieza por la imitación , lo cual exige estar en contacto con otras culturas más avanzadas, que les sirvan de ejemplo . Si esto no ocurre por determinadas condiciones geográficas de aislamiento, el resultado suele ser un pueblo ajeno a las corrientes de progreso, que no rentabiliza su avances en el enfrentamiento con el medio ambiente, y  acaba en lo que Toynbee llamó civilización detenida. También puede ocurrir que el aislamiento sea “interior”, es decir, que el pueblo en cuestión está afectado por una especie de ensimismamiento neurótico que  no le permite aprender de la experiencia, en cuyo caso seguirá indefinidamente estancado,  sin poder distanciarse con respecto a otros pueblos vecinos. ¿Qué es lo que conduce a los pueblos a una u otra situación? Lo veremos en su momento.

¿Es distinto el carácter de los pueblos cuando comienzan a crecer que cuando les llega la etapa de la decadencia? Sin duda el carácter de los pueblos en ascenso es más resuelto y rudo –como explicaría el historiador Giambattista Vico- que en las etapas de decadencia, donde predominan los gestos versallescos y los modales suaves, propios de sociedades que han caído en la blandura y la frivolidad. La etapa de crecimiento está marcada, tal y como decimos,  por el sacrificio y la lucha , lo que exige un carácter adecuado a las empresas difíciles , en las que es puesto a prueba constantemente el empuje del colectivo y sus ganas de progresar.  

¿Es inevitable crecer desde el ascetismo o el puritanismo ?  No está escrito en ninguna parte que deba ser así, pero existen numerosas evidencias de que las civilizaciones crecen desde la aparición de un plus de energía en el pueblo, que Nietzsche llamará “voluntad de poder”. Discernir, pues,  las causas del enriquecimiento energético repentino  será, pues, una de las principales objetivos de investigación. Por lo demás, se entiende que todo aquello que debilite esta corriente de energía tan necesaria para predominar sobre los demás pueblos, tendrá efectos adversos para la sociedad en crecimiento. Los llamados Pecados Capitales de la tradición cristiana, considerados en conjunto, y  la lujuria, gula o pereza , tomados  en particular, son también “pecados” contra el crecimiento sano de las naciones, en la etapa de despegue, porque contribuyen a reducir la energía vital de ese pueblo.  

¿Es necesario el líder inspirador para producir la catarsis del crecimiento? Como escribiera Toynbee las grandes gestas siempre pueden ser atribuidas en origen a alguien y ese “alguien” es un místico o un guerrero  que ejerce de líder y logra movilizar al resto del pueblo mediante la “mímesis”, es decir mediante actos ejemplarizantes que crean sanos hábitos entre los seguidores. Obviamente, habrá que investigar en qué condiciones nacerán tales líderes para hacer posible la catarsis. 

Hay muchas mas preguntas oportunas sobre el enigma del crecimiento, pero estas pueden valer a título de ejemplo, aunque aparecerán bastantes más cuestiones a lo largo del presente trabajo.

La naturaleza del proceso decadente.

El fenómeno de la decadencia, siendo algo omnipresente en la naturaleza y en la historia , sigue sorprendiéndonos cada día,  tanto por su regularidad, al tratarse de una ley inexorable , sin excepciones , como por el hecho de estar asociada al fenómeno del nacimiento , degradación y  muerte de todo organismo vivo; aspectos todos ellos difíciles de asumir por  seres dotados de conciencia , cuyo principal instinto es el de perseverar , es decir, el de agarrarse a la vida, e incluso crear un supramundo en el que poder vivir eternamente.

En el ámbito de la historia y de la filosofía,  la decadencia es un tema recurrente que ha merecido la atención de las mentes más brillantes desde el tiempo de los griegos  . Para Platón, por ejemplo, el tema de la decadencia era una obsesión , hasta el punto de que su teoría de las Ideas o de las Formas, supuso la construcción de un mundo ideal en el que no sólo imperaba la perfección e inmutabilidad  de las cosas, sino la cualidad sobrehumana de estar a cubierto de toda posible corrupción originada por el paso del tiempo. Para Platón todo cambio social significaba “decadencia “. Por ello, en  una de sus principales obras, La República, diseñaría un modelo de Estado detenido  , inmune al cambio , a la corrupción y a la decadencia, que debería conducir al Estado perfecto : vana pretensión y completo desvarío  ya que , en el hipotético caso de que pudiera haber dado vida a su  modelo, llevaría impreso desde el principio , a modo de pecado original , la huella de una corrupción moral , que sería mero preludio de la corrupción temporal que pretendía evitar . Otros autores como Abenjaldún, Vico o Spengler , estuvieron también muy sensibilizados por el problema de la decadencia, y nos dejaron sesudas especulaciones sobre sus causas.

También en el campo de las religiones, la decadencia supuso desde siempre uno de los principales temas de preocupación. La teología cristiana, junto con otras religiones de inspiración judaica, como la musulmana,  nos presentan , como premio a una vida de virtud, la existencia ultraterrena eterna , perfecta e inmutable , donde quedará erradicado el drama del paso del tiempo , con todas sus consecuencias negativas. Pero la superación del problema de la decadencia se presenta como una labor ardua , dado que las mismas Iglesias que deberían  supuestamente gozar de la protección divina contra la corrupción mundana , no consiguen evadirse, sin embargo, de los problemas de la decadencia , como se puede comprobar en la historia de la Iglesia Romana , cuyo principal deterioro proviene de haber predicado amor y pobreza en la figura de su fundador , Jesucristo, para ir a parar con el tiempo a su antítesis : a una iglesia que perseguía con violencia la herejía y vivía instalada en el lujo de un papado corrupto:

         ¿Por qué el cristianismo, después de haber reconocido y proclamado la concepción judaica de que Dios es Amor, volvió a admitir el incongruente concepto judaico del Dios celoso ? Esta regresión espiritual que siempre dañó al cristianismo , desde el comienzo , fue el precio que él tuvo que pagar por la victoria que logró en su lucha a muerte con el culto de César; y la restauración de la paz en virtud de la victoria de la iglesia no disipó, sino que por el contrario confirmó, la incongruente asociación de Yahvé con Cristo. En la hora de la victoria , la intransigencia de los mártires cristianos se transformó en la intolerancia de los perseguidores cristianos. 

                  ( Arnold J. Toynbee, Estudio de la Historia, Vol. II pag. 423)

Tampoco la literatura ha estado ajena al tema de la decadencia , con multitud de buenas obras dedicadas a la corrupción de personas, costumbres y al declive en general, entre las que recordamos El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde , El Gatopardo de Lampedusa , el Gran Gatsby de Scott Fitzgerald o la gran novela de Thomas Mann , Los Buddenbrooks. En el cine también encontramos obras notables como la Caída de los diosesde Visconti , La dolce vita de Fellini , Eyes wide Shut de Kubrick y otras muchas donde, sobre historias de éxito inicial relativas a  civilizaciones, naciones , familias o individuos,  flota la fatal tetralogíaascenso , estancamiento , decadencia y muerte.  

Nada ni nadie está , pues, libre de la corrupción producida por el paso del tiempo . Incluso el astro que nos alumbra, el Sol , tiene por delante una vida muy larga , pero declinante , paralela al agotamiento progresivo de su hidrógeno, que terminará en una extinción plena de aquí a cuatro mil millones de años, de acuerdo a los informes científicos. El propio Universo , una vez  vea frenada su actual fase de expansión ,  se nos dice que podría cambiar de signo pasando a contraerse hasta un punto en que la presión inherente al proceso haga inevitable un nuevo Big Bang . Y si esto no ocurre, todavía quedará la espada de Damocles de la entropía, con su Segunda Ley de la Termodinámica,  que prevé un futuro de muerte energética del Universo, cuando la energía se iguale en todos los confines del Cosmos.

Volviendo a ejemplos más próximos, ni que decir tiene que , los actuales líderes del mundo, los Estados Unidos de Norteamérica  , no sólo están destinados a declinar , sino que, en opinión de muchos observadores cualificados, arrastran ya décadas de clara decadencia , que deben conducir en una tiempo más o menos dilatado a una pérdida de importancia absoluta y relativa en el contexto mundial .

A pesar , no obstante, de todas las evidencias, siempre se encuentran espíritus optimistas que consideran que la ley que afecta a la decadencia de las civilizaciones no tiene por que cumplirse inexorablemente . Este es el caso del historiador inglés Arnold J. Toynbee , quien encuentra que no está dicha la última palabra al respecto, con lo que nuestra actual civilización puede conservar todavía alguna esperanza de vida: 

      Las civilizaciones muertas no han muerto por su destino, o en el “curso de la naturaleza” y por tanto nuestra civilización viva no está condenada inexorablemente de antemano a “sumarse a la mayoría” de su especie. Aunque dieciséis civilizaciones puedan haber muerto ya, por lo que conocemos, y otras nueve pueden estar ahora a punto de morir , nosotros  -la vigesimosexta- no estamos obligados a someter el enigma de nuestro destino a la ciega división de la estadística. La chispa divina del poder creador está aún viva en nosotros, y si tenemos la gracia de convertirla en llama, entonces las estrellas, en su curso, no podrán vencer nuestros esfuerzos para alcanzar el fin de los esfuerzos humanos. 

                          ( Arnold J. Toynbee , Estudio de la Historia, Vol. I, pag. 377-78)

Toynbee probablemente confiaba en que un movimiento inédito del espíritu (tal vez a través del esperado gobierno mundial que predijera Kant) conduzca a una situación en que las partes ya no predominen sobre el todo , pero donde la parte más sobresaliente –la Occidental- dejara su sello sobre el conjunto . Y este conjunto,  ese todo humano , ya sabemos que no declina , salvo de modo transitorio, al menos en lo que conocemos de la historia mundial hasta nuestros días, por lo que sería una forma de perpetuar, por vía indirecta,  esa civilización Occidental que ha originado el mayor crecimiento cultural de todos los tiempos. Aunque los defensores de la entropía social , siempre podrán discutir este planteamiento por entender que un gobierno mundial es un ente que , por definición, anula tensiones competitivas entre países creando un mar de muerta energía psíquica, lo que equivale a decir, que el gobierno mundial sería generador de alta entropía y representaría el escenario previo a la extinción de la especie humana.  

Principales teorías sobre la decadencia de las civilizaciones.

Forma parte de la  convención humana y de la observación de la naturaleza, que el cambio es condición necesaria del progreso , pero también de  la decadencia. “Todo fluye y nada está en reposo “ fue el lema de la filosofía de Heráclito , que tuvo los efectos de un terremoto y que surgió precisamente en momento de inestabilidad política y social , pues la suya fue una época en que las aristocracias tribales griegas –que él defendía- comenzaban a ceder ante el nuevo empuje de la democracia. Este continuo fluir heraclitano fue la piedra angular de su filosofía del cambio , que convertía la transformación de las cosas es un proceso que implicaba la identidad de los opuestos, condición conceptual que permitió al filósofo de Éfeso vislumbrar que una cosa se pudiera convertir en su contraria, a través de ese fluir  , como ocurre, por ejemplo, en la juventud que se transforma en vejez o el amor en odio  : “Todas las cosas surgen por oposición y fluyen en el conjunto a modo de un río, el todo es limitado y constituye un único cosmos” (Diógenes  Laercio, 2011 : 460). Esta teoría tuvo gran influencia en las respectivas filosofías de Platón y de Aristóteles y, con el paso del tiempo, del mismo Hegel, quien identificaría libertad con necesidad, a pesar de su aparente oposición a priori :

        “La determinación opuesta a la libertad es la necesidad . Pero lo verdadero es la unidad de los opuestos y tenemos que decir que el espíritu es libre en su necesidad, sólo en ella tiene su necesidad, puesto que su necesidad consiste en su libertad”  

                                       ( Hegel, Introducción a la Historia de la Filosofía, pag. 56)

Necesidad que en Hegel lleva al trabajo y del trabajo a la superación de la necesidad, es decir, a la libertad.Idea brillante que con el tiempo, y debidamente  transformada,  usará Marx en su materialismo histórico para resaltar que el  trabajo de los hombres , generado por la necesidad de sobrevivir, es una herramienta de conocimiento de la Naturaleza , que aumentará dramáticamente su productividad y determinará su liberación  parcial de aquélla . Y será una liberación “parcial”, porque al considerar Marx , al contrario que Hegel , que el hombre no es sólo espíritu, siempre tendrá una cierta dependencia respecto de la materia ( Popper, 2010:  288;294) .

Lo valioso en el ámbito de la historia es que el camino que dibuja el dictum  heraclitano-hegeliano , es de ida y vuelta ; en la ida, el pueblo parte de la “necesidad” ( carece de todo) y a través de lucha y esfuerzo, consigue progreso y  libertad, destacando sobre las demás naciones ; pero el fenómeno también es reversible : las sociedades desarrolladas harán el camino inverso cuando descuiden las virtudes que les hicieron crecer ; entonces la espiral de progreso alcanzará una meseta de estancamiento o un punto de inflexión y comenzará a partir de ahí el temido declive,  a través de una espiral de decadencia que le devolverá a la etapa primigenia de necesidad, de la que partió; y es que , como escribió Tocqueville sobre el declive cultural auto inducido,   « si hay pueblos que se dejan arrancar la luz de las manos, también hay otros que la sofocan ellos mismos con los pies».  Pero el espíritu de perfección –siguiendo a Hegel- continuará su camino de progreso por la Historia , indiferente a los dramas particulares de naciones, razas e individuos. Al final de este largo camino, a la humanidad le esperan –de acuerdo a diversas hipótesis- una de estas tres experiencias transcendentales : a) la virtual deificación de la especie humana, al final de un proceso dialéctico purificador ; b) su extinción biológica, por accidente planetario o alguna rara combinación de elementos cósmicos y c) el suicido general de la especie, a causa del cansancio vital derivado de una larguísima existencia. Esta obra, a través de un análisis multidisciplinar del auge y la decadencia, intentará –con todas las reservas que el caso exige- presentar al lector  los escenarios más probables para el «hombre de los últimos días», de la única forma que esto es hoy posible : mediante la extrapolación de acusadas tendencias históricas.  Empecemos, pues, este excitante viaje, con la atención puesta, en primer lugar, en el análisis de las filosofías de la historia  más prestigiosas.  

(*). Capítulo 1 del libro La Cicatriz Narcisista, de José Aguilera.

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