El sexo une de mentirijillas , pero separa de veras.
(Anónimo)
Esta frase del encabezamiento viene a decir que el sexo es condición necesaria , pero no suficiente , para la conservación a largo plazo de la pareja, siempre dependiente, al parecer, de la fuerza insustituible del amor. En su versión negativa esta cita es reveladora de que el sexo no basta para tener una buena relación entre marido y mujer, pero también advierte que sin sexo (o mal sexo) las posibilidades de conservación de la pareja son nulas. Los defensores a ultranza de la importancia del sexo en las relaciones de pareja, discrepan de la primera interpretación, al considerar que el amor no es la variable determinante en la ecuación de la pareja feliz, mientras se reafirman en el factor crítico que supone la segunda interpretación . Estos defensores de la biología en las relaciones de pareja, estiman que el amor está históricamente sobrevalorado gracias a la literatura y la filmografía románticas, y que sólo la relación sexual regular y satisfactoria contiene todos los elementos que importan – atracción , placer , relax- junto a una virtud «fundamental», que explican de este modo: en una pareja la atracción física presenta todas las características del impulso sexual sublimado (o libido sublimada ) , siendo éste un fenómeno mitad biológico, mitad psicológico, que debemos a Freud, pero que el psiquiatra no aplicó nunca en el sentido apuntado, sin duda porque la sublimación exigía para él la represión del instinto sexual. Por eso el psiquiatra vienés sólo la aplicó al ámbito de la creación artística, la formación de la neurosis en los individuos y el trabajo socialmente considerado. Pero , en nuestra opinión, también existe sublimación sin represión sexual, y es responsable de producir -dicho sea en rigurosa síntesis-, la magia de ver al cónyuge respectivo desde un prisma idealista , mejorador de la realidad objetiva del mismo. Introduce, pues, elementos subjetivos en las relaciones de pareja, que nos recuerdan el problema kantiano de la cosa-en-sí; esa filosofía que reza que las cosas nunca son, en la realidad, como la perciben nuestros sentidos. En efecto, porque la atracción sexual del marido en los años de esplendor , conduce a su mujer a verlo bajo un prisma que aporta un “plus valorativo”, es decir, percibe a su hombre , más guapo, valiente, listo y encantador de lo que realmente es .( Y parecido discurso se puede usar para describir los efectos que produce la atracción sexual de la mujer sobre el marido, quien a menudo lleva a ver a su sencilla hembra como si fuera una versión mejorada de Beyoncé ). Muchos dirán que todo esto es producto del amor, pero como el título de la película se puede replicar ¿por qué lo llaman amor cuando es sexo? En cualquier caso, estamos ante un fenómeno que, siendo positivo de cara a la conservación de la pareja, no dura, lamentablemente, toda la vida, ya que se degrada con el paso de los años por varios factores, entre ellos la rutinización de la vida sexual, que inclina con el tiempo a algunos machos a mirar a su alrededor en busca de nuevas conquistas sexuales más excitantes. Pero el factor degradante más decisivo del buen sexo se presenta especialmente cuando la mujer pierde la capacidad reproductora, con la molesta menopausia . Y esto es así porque la hembra ha vivido normalmente el sexo bajo la influencia inconsciente del deber reproductivo que le impone una naturaleza de origen esencialmente animal , por lo que cuando ese «deber» decae, se produce un “automático “ cambio en su sexualidad, que afecta tanto a la frecuencia como a la satisfacción inherente al acto sexual y por lo tanto, a la “calidad” del amor de pareja. Una vez cumplida su misión reproductora , la naturaleza (que no siempre es sabia) desincentiva el acto sexual en la mujer -con la idea de eliminarlo en el medio plazo- , sin «advertir» que con ello está creando nuevos problemas de supervivencia a una pareja que , a diferencia de los modelos reproductivos prehistóricos , ahora es monógama.
De la crisis masculina de los 40, a la crisis de la menopausia en la mujer.
Con la llegada, pues, de la menopausia, la sublimación sexual se transforma, haciendo cambiar la psicología de la mujer y, como consecuencia, su percepción del cónyuge también cambia : desde ese momento , el hombre pierde de forma progresiva los perfiles “ideales” que todavía pudiera conservar de su juventud , pasando en poco tiempo a ser visto por su esposa como un “bulto sospechoso”, con barriga prominente , escaso pelo y desaliño general, es decir, un individuo escasamente sexy, que -para colmo de males- llegará a convertirse en el medio plazo, en un total extraño, un molesto “okupa” cohabitando bajo el mismo techo que su irreconocible y distante compañera. De pronto, la llamada sublimación sexual, pierde su magia , y se convierte en un sentimiento contrario, según la sabia teoría de Heráclito sobre la “unión de los opuestos”. Siguiendo con los paralelismos filosóficos, es como si la mujer -acaecida la frustración sexual derivada de la menopausia- aplicara el método de la reducción eidética de Edmund Husserl , consistente en la contemplación del marido bajo suspensión de la conciencia, (o como diría nuestro filósofo materialista Santayana “bajo suspensión de la fe animal”) lo cual dará como resultado una imagen inédita del cónyuge, desprovista de factores emotivos : un tipo extraño y mal encarado, al que asociará vagamente con su presente marido, aparece entonces ante las retinas de la sorprendida mujer.
La transformación del carácter del hombre es, mientras tanto, más lenta, porque su actividad reproductora dura normalmente más tiempo que en la mujer, lo que a menudo origina en el macho la necesidad de un cambio de pareja; no tanto bajo la idea de seguir procreando, sino más bien como reacción defensiva ante el “placer menguante ” observado en el ámbito matrimonial . Esto viene a explicar el error bastante común de denominar “crisis de los 40” al ansia de conquista del hombre maduro, cuando en realidad debería llamarse “crisis de la menopausia” en la mujer. Pero si el frustrado individuo maduro no tiene suficiente dinero, o su apariencia física es más bien vulgar, la opción del cambio de pareja ( o la tentación de buscarse una amante) quedará fuera de su alcance, y el hombre se enfrentará, totalmente perplejo, ante un largo periodo de vida en común con una pareja “que ya no le acompaña como antes en el juego erótico” y que -perdida la magia que la sublimación sexual proporcionaba-, comienza a sentir un cruel distanciamiento en la relación de pareja. Porque sin la “autoridad antropológica ” que el sexo otorga al macho ante la hembra, (que tiene la virtud de producir -ex post facto- temporales efectos de sumisión femenina), el marido experimenta el otro lado de la moneda : el menosprecio de su compañera, que empezará a cuestionarle en su rol de cabeza de familia, e incluso como mero ser humano, ya que sólo verá en él defectos de aspecto y de comportamiento ¿Resultado? El matrimonio se resquebraja entre broncas y acusaciones mutuas (propias del film La guerra de los Rose) , sin que exista “alternativa B” , es decir las reconciliaciones sexuales que antes eran un buen antídoto contra el deterioro coyuntural de la convivencia. Se produce, pues, un fracaso en toda regla de la institución matrimonial , debido en buena parte a la imprevisión de la Naturaleza en la coordinación de los ciclos sexuales de hombre y mujer; hecho especialmente grave cuando la disminución del número de conflictos bélicos (guerras) hace más larga la vida media del hombre y por lo tanto se amplía todavía más la “brecha sexual “ entre macho y hembra.
¿O tendrá la culpa el Karma?
Aunque, pensándolo bien, puede haber otros factores añadidos que coadyuven al imprevisto desastre en la relación de pareja, como sería el carácter vindicativo de la mujer, nacido en respuesta al trato desconsiderado recibido por parte del marido, quien -a veces sin ser consciente- abusa de su posición dominante dentro de la pareja; un dominio derivado de su mayor poderío físico y de representar históricamente el principal sustento de la familia. Estaríamos, pues, ante una variedad del conocido Karma. Si, porque somos muchos lo que creemos en el karma, pero a diferencia de los sabios hindúes creadores del concepto , no pensamos que sus “efectos” se materialicen en futuras reencarnaciones del individuo, sino que se harán reales en cualquier momento de su presente vida, en especial los postreros tiempos de la misma ; de manera que todo lo que el hombre hace mal en su juventud, lo pagará en la madurez o en la vejez, sean excesos con el alcohol, el tabaco, la comida, el dinero, el sexo ….o el comportamiento desconsiderado con tu pareja en los primeros tiempos. Tal vez por eso, el elemento inicialmente dominante en la relación (el hombre) , pasa a ser , en la vejez, el dominado o subordinado, como justa venganza del karma: el hombre desprovisto de su poder sexual y físico , y con la autoestima deteriorada, termina por ser un juguete roto en manos de su enfadada esposa. Así que si en los inicios de la relación te portaste mal con tu pareja, mostrándote mandón, posesivo, celoso o egoísta (o de todo un poco), existirá el temor justificado de que, cuando en la vejez necesites una silla de ruedas para desplazarte, ella te la empujará “amablemente” …… escaleras abajo. Pero, en fin, aunque las consecuencias raramente son tan drásticas en la vida real, puedes apostar a que si eres culpable de arrogancia porque te creíste el cuento de ser “rey de la casa”, tu calidad de vida matrimonial se verá, en cualquier caso, afectada negativamente por el karma. Y lo mismo puede decirse de aquella mujer que durante el noviazgo o el matrimonio hiciera ostentación de belleza, o presumiera de haber renunciado a mejores opciones matrimoniales “por caridad” , con la idea de «jibarizar» a su acomplejado compañero (el karma no distingue de sexos).
Recurriendo a los remedios de la Ciencia.
El problema suscitado por la descoordinación sexual de la pareja no tendrá, sin embargo, remedio duradero hasta que la ciencia haga posible la extensión de la vida fértil de la mujer, haciéndola coincidir grosso modo con la del hombre. Y mientras esto no ocurra, la ciencia deberá al menos crear una efectiva Viagra de la mujer, capaz de reponer sus deseos sexuales a los niveles previos a la menopausia. Ah! pero procurando que el medicamento que deba restablecer la sublimación mágica, se pueda administrar -al menos al principio- de forma encubierta y segura, porque, si depende de la mujer tomarlo, raramente lo hará, aduciendo que “eso es cosa de putas”, y que, además, la pastilla no le devolverá al marido su cara, pelo y aspecto de la juventud, que ella ha sabido, por el contrario, conservar -a medias- con el uso de potingues varios y alguna cirugía estética.
La opinión de los que apuestan por el amor.
Sin duda hay mujeres bienintencionadas (y unos pocos hombres) que no compartirán estas teorías amparándose en el dicho popular “el amor verdadero siempre sobrevive a la pérdida de la pasión” y dirán por tanto que , extinguido el fuego sexual, siempre permanecerán las brasas del cariño y del respeto por el marido, pero, en opinión de bastantes pensadores materialistas, la mayoría de las mujeres que opinan así son hembras que han estado muy protegidas por el hombre en sus años de matrimonio, es decir, no han sufrido ni las vejaciones inherentes al sentimiento de inferioridad en la relación de pareja, ni el vértigo de perder la seguridad económica en sus vidas, gracias a la “tutela” afortunada del macho en las áreas emocionales y del dinero. En tales casos ocurre que el viejo amor pasional de la mujer transmuta en “tierno cariño” con trazas de “agradecimiento” por la buena vida recibida. A su vez el hombre, reconfortado por el buen trato de su pareja, terminará marginando su molesta y duradera testosterona y se resignará a no intentar ligar con jovencitas de prominentes pechos y largas piernas, sustituyendo, en la incómoda etapa de la vejez, el rol de Don Juan maduro por el de compañero amable y leal de su agradecida esposa. Pero, se mire por donde se mire, esto no deja de ser un sucedáneo del amor real, el cual , para los pensadores poco románticos, no es otro que el que se rige, fundamentalmente, por la ley del deseo, o lo que es lo mismo, por las leyes de la biología (aunque, a veces, sea con ayuda de la pastilla azul).
Alonso Cortés.
14-8-2024